sábado, 17 de noviembre de 2007

El Papel del Historiador en la Sociedad Contemporanea

La Historia de los países atrasados a lo largo de los siglos XIX y XX es la historia de los esfuerzos que hicieron por ponerse al nivel del mundo desarrollado por medio de diversas estrategias de imitación.
En la actualidad hay un nuevo modelo denominado “Neoliberal” (que no tiene mas de 17 años) que todo el mundo se ha apresurado a copiar, y que implica la adopción de un absolutismo democrático en la esfera política y de formas extremas de capitalismo de libre mercado en el ámbito de la economía. En su forma actual, no se trata todavía de un modelo propiamente dicho pues todavía esta en vías de formación. Si se le concede la oportunidad de desarrollarse, es posible que acabe echando raíces y se convierta en algo más viable. Sin embargo aunque así fuera, las consecuencias de imitar este modelo han sido decepcionantes pues no han producido resultados demasiado brillantes ni siquiera en sus países de origen.
Los países en vías de desarrollo viven descontentos con su pasado, probablemente bastante desilusionados de su presente y llenos de dudas con respecto a su futuro. El modelo impuesto por la fuerza en dichos países produce tensiones sociales de gran envergadura al no alcanzar los resultados esperados. Esta situación entraña un gran peligro, ya que la gente no tardara en buscar a alguien a quien echar la culpa de sus fracasos e inseguridades. Los movimientos e ideologías que tienen mas posibilidades de sacar partido de este clima emocional no son, al menos en esta generación, los que desean la vuelta a una versión remozada de la etapa anterior a 1989, sino los inspirados en la intolerancia y el nacionalismo xenófobo. Como siempre, lo más fácil es culpar a los extranjeros. La historia es la materia prima de la que se nutren las ideologías nacionalistas, étnicas y fundamentalistas. El pasado es un factor esencial- quizás el factor mas esencial- de dichas ideologías. Y cuando no hay uno que resulte adecuado, siempre es posible inventarlo. De hecho, lo más normal es que no exista un pasado que se adecue por completo a las necesidades de dichos movimientos ya que, desde un punto de vista histórico, el fenómeno que pretenden justificar no es antiguo ni eterno, sino que totalmente nuevo. Esto es valido para las diferentes formas que en la actualidad adopta el fundamentalismo religioso como para el nacionalismo contemporáneo. El pasado legitima. Cuando el presente tiene poco que celebrar, el pasado proporciona un trasfondo más glorioso.
En estas circunstancias, los historiadores se encuentran con que han de interpretar el inesperado papel de actores políticos que entran en escena estimulados por un modelo hegemónico que crea inseguridades y frustración. Antes se pensaba que la Historia a diferencia de otras disciplinas como, por ejemplo, la Física Nuclear, al menos no le hacia daño a nadie. Ahora se sabe que puede hacerlo y que existe la posibilidad de que los estudios que se realicen en el campo histórico se conviertan en elementos capaces de crear fábricas clandestinas de bombas. Esta situación afecta a los historiadores de dos maneras: en general, tenemos una responsabilidad con respecto a los hechos históricos y, en particular, somos los encargados de criticar todo abuso que se haga de la historia desde una perspectiva política-ideológica.
Los intentos por sustituir la historia por el mito y la invención no son simples bromas pesadas de tipo intelectual. Después de todo, tienen el poder de decidir lo que se incluye o no en los libros de texto, algo de lo que eran plenamente conscientes las autoridades japonesas cuando insistieron que en las escuelas del país debía darse una visión aséptica de la intervención japonesa en China.
Hoy día, el mito y la invención son fundamentales para las política de la identidad a través de la que numerosos grupos se definen a si mismos de acuerdo con su origen étnico, su religión y las fronteras pasadas o presentes tratando de lograr una cierta seguridad en un mundo incierto e inestable diciéndose aquello de “somos diferentes y mejores que los demás”.
Es muy importante que los historiadores recuerden la responsabilidad que tienen y que consiste ante todo en permanecer al margen de las pasiones de la política de la identidad incluso si las comparten. Después de todo, también somos seres humanos. Necesariamente el historiador debe oponer resistencia a la formación de mitos nacionales, étnicos o de cualquier otro tipo, mientras se encuentran en proceso de gestación.
Los gobiernos, la economía, las escuelas, todo lo que forma parte de la sociedad, no existen para el beneficio de unas minorías previligiadas. Existe para el bien de las personas comunes y corrientes, que no son especialmente inteligentes ni interesantes, ni tienen demasiada cultura, ni demasiado éxito ni parecen destinadas a tenerlo: en resumen, personas que no son nada del otro mundo. Existe por las personas que, a lo largo de la historia, solo han entrado en ella como individuos con entidad propia al margen de las comunidades a las que pertenecían por la constancia que ha quedado de su paso en las actas de nacimiento, matrimonio y defunción.La única sociedad en la que merece la pena vivir es aquella que haya sido diseñada para ellos, no para los ricos, los inteligentes, los excepcionales, aunque esa sociedad en la que vale la pena vivir deba reservar un espacio y un margen de acción para dichas minorías. Sin embargo, el mundo no ha sido creado para nuestro disfrute personal ni hemos venido a el por tal motivo. Un mundo que pretenda que esa es su razón de ser no es un buen mundo ni debería ser un mundo perdurable.